Revista INARTES, Año I, Vol. 1. No. 1, junio-noviembre de 2024. ISSN Impreso: 3060-9704


CONVERGENCIAS Y DIVERGENCIAS: CAMILO JOSÉ CELA Y EL ARTE


Miguel Ángel Muñoz Palos


Es un poeta, historiador del arte y crítico de arte. Estudió un doctorado en Historia del Arte en la Uni- versidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha colaborado como articulista para El Financiero, La Jornada Semanal y Crónica. Fue director de la revista literaria Tinta Seca y ha colaborado para las revistas Metérika de Costa Rica y Agulha de Brasil. Ha trabajado su poseía con la obra pictórica y ar- tística de Eduardo Chillida, Esteban Vicente, Antoni Tàpies, Albert Ràfols-Casamada, Josep Guinovart, Rafael Canogar, Roberto Matta, Francesco Clemente, Francesc Torres y Ricardo Martínez de Hoyos. Es miembro asociado del Seminario de Cultura Mexicana.



Las relaciones entre la poesía moderna y las artes han sido íntimas, constantes…

-Octavio Paz


A Emiliano y Tristán Muñoz, mis faros de luz…

«

A la memoria de mi abuelo José Antonio Palós Palma, revolucionario memorioso de España y América Latina A Paco Molina, mi editor, amigo y cómplice de infinidad del proyectos visuales y poéticos…



Muerte, muerte de un golpe! Feliz moneda o agria/ Quebradora del rumbo./Tú incorpo- ras el mundo/ Y das paciencia al sueño./ Tú destinas los fríos/ Hacia calientes pechos.. » esta visión poética, no sólo melancólica, sino alumbradora recorre no sólo la poesía com-

pleta de Camilo José Cela sino también su obra literaria –novela, cuento, teatro-, sobre artes plásticas. Gritos, su- plicios, asombros, muertes y líneas mágicas que nos acer- can en sus palabras a la obra de arte y al arte del lenguaje. Cela fue un autor que para desmenuzar y profundizar en su pasión por el arte necesitó la exaltación de la memoria, el deslumbramiento por las vanguardias y la pasión constan-

te por la pintura. Diversos caminos paralelos: el poeta, el novelista, el cronista de viaje, el periodista, el cuentista, y el del crítico de arte. Una prosa nacida a la luz del asom- bro. El poeta es un traductor que traduce sus palabras en colores, en líneas, en símbolos, en signos. En observar a detalle cada destello del pincel, cada trazo devorando en el lienzo. Detenido en ese espacio sin tiempo. Un poeta fue- ra de todo encasillamiento, un obsesionado por descubrir, por dialogar. Su apertura intelectual fue la de un medieva- lista imantado por el saber, fruto de su experiencia social- una guerra civil y una posguerra- , histórica, cultural y de una tradición crítica no sólo española, sino universal.


Escapar de la repetición es un gran privilegio del arte, mientras que la vida se define en un sentido menos com- plejo por la inexorabilidad de la misma. El artista es un traductor, y el arte es lenguaje, gesto, poesía. Se puede aventurar que el placer estético aspira a la liberación de los deseos inconfesados de la voluntad y que por ello está obligado a ejercer la intuición poco más que la premoni- ción. La crítica ejercida por Camilo José Cela ( Iria Fla- via, 1916- Madrid, España, 2002) y la reflexión estética que en ella subyace, forjada a lo largo de seis décadas, participó de esa firmeza intuitiva, continuada con su poe- sía, novela, cuentos, teatro, ensayos literarios e históri- cos, y desde luego, en su privilegio de ver los cambios del mundo como sólo Cela lo pudo hacer: deslumbrado por descubrir, por entender el mundo: un asombro constante que reflejo siempre en cada una de las cientos de cuartillas que escribió.. No fue un erudito, sino un testigo fiel de su siglo: el XX. Entendió la historia y la crítica de arte den- tro de los límites de una traducción española primero, y después, de Europa de la que absorbe los argumentos y, en cierto momento, la metodología, aunque siempre valoró más la creatividad que la academia: “Los críticos – apunta Cela- de arte deberían ser más humildes porque su oficio no es de creación, sino de servidumbre, de información”. Para Cela, el artista es un creador de imágenes, de signos, de universos paralelos, inéditos, que tienen una historia condensada a lo largo del tiempo. Octavio Paz decía: «Ver es un privilegio y el privilegio mayor es ver cosas nun- ca vistas: obra de arte. Desde muy joven sentí invencible atracción por las artes plásticas y muy pronto empecé a es- cribir sobre ellas, nunca como un crítico profesional sino como un simple aficionado». Un paralelismo creativo de Paz y Cela, ambos descubrieron en el arte no un cómplice creativo, sino un camino abierto para explorar a través de múltiples géneros literarios: en Paz la poesía y el ensayo; en Cela, el ensayo y la narrativa. Al leer y releer los textos escritos de Cela uno descubre que fue dueño de una sensi- bilidad poliédrica, un personaje de definición complicada,

huidiza, nada sencilla. No por ello compleja. Única en la tradición literaria española del siglo XX.

Su obra permite tantas interpretaciones, que es difícil de interpretar. Poco dado a la especulación, sin embargo, y dispuesto siempre a someter la erudición a su porten- tosa intuición narrativa, fue, además, un polemista feroz, conversador ocurrente que vivió con pasión los mundos del arte que tanta sutileza ha colaborado a fabular. Desde temprana edad comenzó a ver pintura, a escribir poesía y ensayo literario. Él mismo cuenta que le dictaba poemas y frases a su cuidadora de infancia.

Al paso de los años comienza a descubrir el arte; fun- da su revista Papeles de Son Armadans, donde escribe y dedica varios números a artistas, o mejor dicho, a los artistas de su preferencia. Al mismo tiempo, escribe en múltiples catálogos, y suplementos culturales. Con el paso de los años se vuelve una referencia importante en el mun- do del arte español de la segunda mitad del siglo XX.

El arte y la literatura se convierten en uno de sus prin- cipales intereses. Entendió como pocos el oficio de escri- bir sobre arte no como crítico de oficio sino en el sentido de Charles Baudelaire: la pintura vista desde la poesía. Fue visitante ocasional en diversas partes del mundo, donde admiró el renacimiento, la primera modernidad, los movi- mientos de vanguardia. Descubrió el cubismo – Pablo Pi- casso y Juan Gris, como eje estético- el surrealismo- Joan Miró, Óscar Domínguez, Salvador Dalí-, y el informalis- mo Europeo – Emilio Vedova, Antonio Saura, Antoni Tápies, Manuel Viola, Rafael Canogar, Josep Guinovart, Albert Ráfols- Casamada-, y la pintura “costumbrista” de principios del siglo XX – Eduardo Vicente, Joaquín Sun- yer, Nicanor Piñole, Francisco Bores, Ismael González de la Serna, Luis Castellanos-, pero sobre todo el arte es- pañol que tiene su cumbre en los grupos Dau al Set y El Paso: Madrid y Barcelona en un mismo eje estético nove- doso, que rompe con toda la tradición artística del pasado.

Camilo José Cela se forjó a través de un disciplinado y nada complaciente aprendizaje de la mirada. Descubre


primero con Eugenio d’ Ors, Sebastián Gasch, José Ma- ría Moreno Galván y después con diversos poetas —Ra- fael Alberti, Federico García Loca, Juan Eduardo Cirlot, José Hierro, Ángel González, José Ángel Valente— el arte español – Velázquez, Goya, Zurbarán, El Greco, Val- dés Leal, Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga, Julio Gonzá- lez, Ángel Ferrant, J. Solana, Benjamín Palencia, Daniel Vázquez Díaz, Esteban Vicente; y siempre un arquitec- to: Antonio Gaudi - , no sólo del pasado, sino también el contemporáneo. Una pintura española que buscó cambios siempre convulsos y contradictorios, pero que encontró su mayor significado en Velázquez y Goya. El arte lo es todo: anverso- reverso. Comienza a descubrir su ansia de ver y el deseo por descubrir lo que ve: el Museo del Prado le impresiona. Descubrimiento de asombro y aprendiza- je. «Ante los - cuadros de Velázquez, Zurbarán, Rubens, Rembrandt, Rafael, El Bosco, Fray Angélico, Murillo, Tintoretto y Goya —entendí la pintura europea y español. Su grandeza estética, histórica y cultural”, afirmaba Cela. La crítica y la historia del arte, el lenguaje y la pintura die- ron sentido a su realidad. Con Baudelaire: Salones y otros escritos sobre arte; Apollinaire: Les Peintres cubistes y Mallarmé aprende a someter la erudición a su intuición poética y narrativa. Doble lección constante: crítica y tra- dición. Además de su descubrimiento en la amistad con Picasso y Miró. Testigos y cómplices del cambio de siglo XIX al XX. Cela tiene el privilegio de escuchar de viva voz los derroteros y cambios de una historia del arte en evolución constante.

Desde la mirada, de la experiencia cotidiana, Cela re- crea la imagen de su vecino Joan Miró, el poeta- narrador revela universos, imagina los sueños surrealistas, la voz y el olor de la tierra de Palma de Mallorca del pintor catalán. Así sueña y penetra Cela en la intimidad de Miró, que re- gistra en el magistral texto Mi vecino Joan Miró:

“Hay un algarrobo que se llama Joan, se ve desde mi casa, la firme raíz en tierra, nutriéndose de la tierra y dan- do asilo en sus ramas a una abubilla que se llama Joan: el aire se llama Joan y no lo sabe.

Hay una salamanquesa que se llama Joan, trepa por las paredes de mi casa y es de color de tierra puesta a se- car al sol y se confunde, igual que un astro se confunde con el otro astro, con la misma tierra virgen – y también cocida, como la losa del santo suelo- que se llama Joan: la mar se llama Joan y no lo sabe.

Hay un perro vagabundo que se llama Joan, no caza conejos sino mariposas (siempre pensé: ¿las mariposas sonríen?, pero jamás pude averiguarlo) y por las maña- nas, mientras el sol amanece, viene a buscarme para dar un paseo hasta los pinos; es norma de lobos solitarios no entrar en los pinares, detrás de cada tronco de color ba- rro anciano puede agazaparse un cazador con la escopeta cargada con postas loberas, que son mortales: la vida se llama Joan y no lo sabe”.

En ese breve espacio, es donde se entiende la pintura de Miró. Ahí resuenan las constelaciones, el azul del cie- lo, el terracota de la tierra, el transparente imaginario del aire, el negro, los años de la tradición catalanas. Experien- cia única e inédita; cómplice, reflexiva, cazadora, incan- descente. El poeta aprende a ver y escuchar, ese silencio poético del artista. Sigue Cela:

“Mi vecino Joan Miró pinta con los pies pegados a la tierra, la vida de la tierra le entra por las plantas de los pies como el amor y el calor y el frío, la vida de la pintu- ra, que es arte en movimiento cadencioso y estremecido: aquella mujer que camino por el sendero con la mente atascada de ideaciones y fantasías, la estrella que se fuga de sí misma y a la que el cielo le viene corto igual que la encogida del pobre, el escarabajo al que el niño malvado (andando el tiempo será respetado y muy rico) puso patas arriba y lucha y lucha”.

Es conocimiento y, al mismo tiempo, recreación del concepto artístico. Es cierto, muchos de estos artistas con algunas sensibilidades próximas a Cela son los que sigue en su evolución constante. Sobre todo la pintura italia- na: Rafael, Tiziano, Tintoretto, Caravaggio; Berruguete, Juan de Juanes, Tiepolo, Veronés, Van Dyck, asombre


constante; Picasso: total; Miró: Las constelaciones; la fuerza matérica de Tápies y Guinovart; el gesto poético de Millares, Canogar, Saura, Feito; Chillida, Palazuelo y Oteiza, los creadores de la materia en el espacio. Éstos eran algunos de sus artistas preferidos del siglo. Ni del siglo XVI ni del XX, lo que apasionaba a Cela era el Arte- con mayúscula-. El arte inventa sentidos, que nos enseña a escuchar cada pincela del artista, cada sentido que se descubre a través de ese mínimo detalle. De Pi- casso aprendió a comprender el puente que se abrió entre la pintura grandiosa del Renacimiento y la modernidad compleja y desgarradora del arte en España. Dice Cela: “Lo que distingue al arte del subarte (arte decorativo, suele llamársele en los catálogos y en los manuales) no es el resultado sino la intención inicial. Partiendo de un supuesto artístico se arriba a los seguros puertos del arte decorativo —sin entrecomillar— a veces de tan evidente como inútil belleza formal. Levantando el vuelo desde la catapulta aestética (no necesariamente antiestética) de los más hondos valores del hombre se llega, en cambio, hasta la incierta nube artística que sólo los elegidos alcanzan y que, con frecuencia, no es fácil de clasificar en el siste- ma, siempre arbitrario, de nuestras aficiones. En menos palabras: lo que distingue al arte de lo que no es arte, es el grado de «fiera intencionalidad de reforma» que aporte el hombre en el momento de enfrentarse con el problema de la creación artística: metiéndose de lleno en el mun- do, salpicándose de sangre y, si es preciso, cubriéndose de mierda y de oprobio. Como Goya, como Gauguin o como Picasso. Queden los diligranas del sodicler y los artesanos alardes de las miniatursitas fotográficos, para los pintores de las Exposiciones Nacionales y para los cuidadosos y complacientes militantes del realismo socialista, lo que no deja de ser una curiosa, y sangrante, y paradójica coinci- dencia. Y no se nos aduzca, fraudulentamente, que Rem- brandt y Velázquez —aquellos fieros e intencionados re- formadores— están en la línea de lo que, pasado el tiempo y estatuídos los cánones y los escalafones, quedó, en sus seguidores, en muerto y académico sendero.

Esta impronta de aparente impureza artística, este ini- cial germen de saludable contaminación, es —quizás— la más sólida y actual razón de existir del grupo «El Paso», su más puntual identificación con el tiempo, pudiera sé que confuso, al que nacen. «La tela es un campo de bata- lla» (Saura). Y en ese campo abierto de la batalla, el gru- po «El Paso» se plantea su propia y cruenta pelea cada mañana luchando, sin excesivas esperanzas, en la órbita que, como el arte mismo, no tiene ni principio ni fin. Un arte desesperado es siempre final y principio (Millares) y lo que se persigue no es buscar la ordenación del caótico momento —lo que ya pudiera ser un fin— sino la unión con la misma realidad (Canogar), aquello que, aun enun- ciado, no es un principio aunque pudiera parecerlo. A los ascetas —y a las pescadillas que se muerden la cola— les sucede lo mismo”.

Al releer e ir descubriendo cada uno de los textos de Cela, me viene de golpe la idea de John Berger, sobre el modo de describir; o mejor dicho, de entender el arte y su relato histórico: «El relato —dice Berger— no depende en última instancia de lo que se dice, de lo que nosotros, pro- yectando en el mundo algo de nuestra propia paranoia cul- tural, llamamos su trama. El relato no depende de ningún repertorio de establecido de ideas y costumbres: depen- de de su avance sobre los espacios». Y partiendo de esta idea, creo que Camilo José Cela nos enseña a través de sus escritos sobre arte a ver y sentir. Ver un cuadro es es- cucharlo, repetía Baudelaire. Y el poeta José Hierro me decía que pintura no es sólo vista, sino también sentimien- to. Juego inverso. Convergencia y divergencia. Un mismo sentido: sentir y mirar: escuchar el asombro, y descubrir el silencio de la mirada. El canto del cisne que espera un oído atento… Cela descubrió en esos páramos desiertos, en esas soledades interminables, llenas de magia en Ma- llorca, París y Madrid, donde encontró en los estudios de los pintores, o en las salas de museos ese asombro perpe- tuo, como lo decía de Picasso:


Ochenta y cinco años, Pablo, animales Como la dura piel del lagarto,

Las suaves tetas de Moby Dick,

La mirada rebosante de fiero amor que actúa de un toro sangrando.

Y de vegetales paciencias, Pablo, También de vegetales paciencias, Mientras la yedra sube pegajosa, Amorosa, ruinosa,

Cubriendo los epitafios del Panteón de Hombres Ilustres, Y un mirlo deja caer la grosella de pico

Para silbar una canción ruin,

Y los algarrobos crían sus vainas de color chocolate (un asno vestido de obispo se relame).

Si adivinaste la arritmia de los minerales Te la contaría, Pablo

El incierto latido del cuarzo, de la sal, de la pirita, del manganeso, etc..

Decía Cela que siempre fue un solitario – igual que lo fueron sus amigos Picasso y Miró- , pero perpetuamente un gran seductor intelectual. Incomparable en la España de posguerra. Fue su revista Papeles de Son Armadans, un excelente registro memorioso de las convulsiones de las vanguardias artísticas, literarias y culturales de su época. Un ejercicio de crítica, de memoria vida, cuyo registro del siglo XX es asombroso: arte, poesía, ensayo, pensamiento crítico, crónica; todo en un mismo camino: La historia de Hispanoamérica y europea.

Camilo José Cela fue un creador total, que al igual que Octavio Paz, Yves Bonneffoy, Paul Valéry, Rafael Alberti, Cees Nooteboom, Claude Esteban, José Hierro, José Ángel Valente, John Bergen y John Ashbery, dieron voz y sentido al arte de su época. Fueron poetas, críticos y visionarios de un universo maravilloso de arte moderno. Cela, en particular – quizá junto a Octavio Paz, curiosa- mente ambos Premio Nobel, seguidos 1989 Cela y 1990 Paz - testigos memoriosos de todas las vanguardias.


Camilo José Cela (1916-2002), escritor español, representante de la literatura de posguerra, ejerció como novelista, periodista, ensayista, editor de revistas literarias y conferenciante. Fue académico de la Real Academia Española y resultó galardonado, entre otros, con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1987, el Premio Nobel de Literatura en 1989 y el Premio Cervantes en 1995.

Fotografía: Enrique Shore / Reuters


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Camilo José Cela (1916-2002) / Foto: Nicolás Muller.